Stephan abrió los ojos, y aturdido, se fijó en un ave solitaria que pasaba por encima, muy alto, muy alto en un cielo infinitamente azul. Pensó que no recordaba haber visto jamás un cielo tan nítido, y, después de un momento en que se quedó observando cómo el pájaro se alejaba, empezó a pensar que tampoco recordaba qué había pasado, ni cómo había llegado hasta allí. Cerró de nuevo los ojos, cansado, y de pronto, una imagen invadió su mente. Era la cara de una hermosa joven de triste mirada que le sonreía. Conocía aquella mujer, sabía que le había hecho una promesa y que debía de cumplirla. No podía recordar su nombre, pero si sentía la necesidad imperiosa de volver a verla.
Se incorporó con esfuerzo, sintiendo una sensación de plomo en sus piernas, y entonces pudo ver que se encontraba en una verde pradera salpicada por una multitud de flores. No podía distinguir bien de que flor se trataba, pero si veía con claridad el intenso color rojo que tenían.
De pronto se sintió más ligero, y se levantó con una sola idea en su mente, encontrar a la mujer de su recuerdo y cumplir la promesa que le había hecho.
Comenzó a caminar...